“¡Desechos humanos!”. Con esas palabras describió a los alemanes en 1945 William Byford-Jones, un oficial británico que fue testigo de la devastación que Hitler y sus secuaces habían llevado a su propio pueblo. En vez de los mil años de prosperidad y de dominio que les había prometido con su Tercer Reich, la Alemania derrotada en la Segunda Guerra Mundial era un escenario de desolación y miseria inenarrables: “Mujeres que habían perdido a sus maridos e hijos, hombres que habían perdido a sus mujeres; hombres y mujeres que habían perdido sus hogares y a sus hijos; familias que habían perdido enormes granjas y fincas, tiendas, destilerías, fábricas, molinos, mansiones”.
Si bien Alemania logró pasar casi toda la guerra en medio de un relativo confort, la ofensiva rusa de 1944, los bombardeos de los Aliados y, en general, el agotamiento de los recursos hicieron que la devastación irrumpiera ese año en sus tierras y hogares. En pocos meses, ante el derrumbe de la
Wehrmacht, los ejércitos aliados arrasaron minuciosamente sus ciudades y devastaron sus zonas rurales. Las epidemias de tifus, difteria y disentería prosperaron y comenzaron a dejar más víctimas que las propias operaciones militares. Las tropas invasoras, en especial las rusas, violaban a todas las mujeres que encontraban a su paso, y en las calles de los principales centros urbanos erraban decenas de miles de niños huérfanos y desnutridos. En toda Alemania, unos 20 millones de personas perdieron sus hogares. “Disfruta de la guerra, la paz será terrible”, decía un chiste macabro que hizo carrera cuando se acercaba la rendición, que finalmente llegó el 7 de mayo de 1945. Y efectivamente, fue espantosa. Los ocupantes, lejos de ‘liberar’ a los alemanes de su terrible dictadura, se dedicaron a humillar y castigar a la población. Incluso el secretario de guerra de Estados Unidos, John Foster Dulles, sostenía que la única fórmula para ese pueblo era regresarlo a su etapa preindustrial y mantenerlo allí por siempre.
Sin embargo, solo dos décadas después, el PIB de Alemania Occidental correspondía al 70 por ciento del de Estados Unidos y su economía era la tercera a escala mundial, superada solo por las dos superpotencias de entonces. Como el ave Fénix, la nación había recuperado en un abrir y cerrar de ojos su músculo económico y su papel protagónico a escala continental.
Ver mas... Cuando Alemania resurgió de sus cenizas
Si bien Alemania logró pasar casi toda la guerra en medio de un relativo confort, la ofensiva rusa de 1944, los bombardeos de los Aliados y, en general, el agotamiento de los recursos hicieron que la devastación irrumpiera ese año en sus tierras y hogares. En pocos meses, ante el derrumbe de la
Wehrmacht, los ejércitos aliados arrasaron minuciosamente sus ciudades y devastaron sus zonas rurales. Las epidemias de tifus, difteria y disentería prosperaron y comenzaron a dejar más víctimas que las propias operaciones militares. Las tropas invasoras, en especial las rusas, violaban a todas las mujeres que encontraban a su paso, y en las calles de los principales centros urbanos erraban decenas de miles de niños huérfanos y desnutridos. En toda Alemania, unos 20 millones de personas perdieron sus hogares. “Disfruta de la guerra, la paz será terrible”, decía un chiste macabro que hizo carrera cuando se acercaba la rendición, que finalmente llegó el 7 de mayo de 1945. Y efectivamente, fue espantosa. Los ocupantes, lejos de ‘liberar’ a los alemanes de su terrible dictadura, se dedicaron a humillar y castigar a la población. Incluso el secretario de guerra de Estados Unidos, John Foster Dulles, sostenía que la única fórmula para ese pueblo era regresarlo a su etapa preindustrial y mantenerlo allí por siempre.
Sin embargo, solo dos décadas después, el PIB de Alemania Occidental correspondía al 70 por ciento del de Estados Unidos y su economía era la tercera a escala mundial, superada solo por las dos superpotencias de entonces. Como el ave Fénix, la nación había recuperado en un abrir y cerrar de ojos su músculo económico y su papel protagónico a escala continental.
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