La alta alcurnia colombiana ha usado este país como el patio de atrás, como un retrete
“Cuando la dirigencia es corrupta, el pueblo es corrupto”.Confucio
La frase que titula esta columna solo produce asco y escalofrío. Dicen que la pronunció hace cuatro años, por esta época, el exsenador preso por parapolítica Juan Carlos Martínez, de quien se creía entonces que —desde la cárcel— tenía la capacidad de orquestar el triunfo en medio país, cinco gobernaciones y 106 alcaldías. El carcelazo, contrario a lo que debería ser, le aumentó los votos y el poder.
Nada tiene más aburrida a esta nación que la corrupción tan descarada que cada vez toma más fuerza, que sigue beneficiando a unos pocos, que perjudica a casi todo el país y sobre todo a los más necesitados. No hay de dónde escoger ni para dónde mirar, porque ni siquiera a la justicia se le observa como transparente.
En Manizales, lejos del mundanal ruido, vive el médico, filósofo y escritor bogotano Orlando Mejía Rivera. Es profesor titular de Medicina de la Universidad de Caldas, es un gran investigador de la corrupción y asegura que ¡este flagelo nació con el país!, que los españoles se inventaron el término “malicia indígena” para justificar sus chanchullos y echarles a nuestros nativos la culpa de sus marrullas.
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