04/05/2017
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FOTOGRAFÍA DE PORTADA: EMILY AVENDAÑO | FOTOGRAFÍAS EN EL TEXTO: ANDREA HERNÁNDEZ Y NELSON OVALLES
La resistencia no es exclusiva de los más grandes. Su músculo se fortalece con niños. Nadie se pregunta por qué están allí. Se cuelan entre la masa y también asumen la vanguardia. Han aprendido a preparar bombas molotov y a devolver lacrimógenas. La razón es única y compartida: tienen el estómago vacío
Una espiral de gas lacrimógeno se dibuja en el cielo. La batalla tiene lugar unos pocos metros más abajo, en la avenida Sur de Altamira. Cada tanto estalla un ruido seco: el de los propulsores de bombas. Pese a que tienen 13 y 15 años de edad no se arredran. “Cuando bajemos eso va a estar rudo”, dice el más grande. Mientras al pequeño le pican los pies por salir corriendo a meterse en la candela. Cada vez que trata de acercarse al enfrentamiento entre manifestantes y la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) chocan las metras que tiene guardadas en el bolsillo de su mono escolar. El mayor también viste con el pantalón del uniforme; pero no están en clases. Son uno más en la pelea. Nadie los detiene a pesar de sus edades, ellos mismos no permitirían que lo hicieran.
“Estamos aquí porque queremos un cambio y un país mejor. Para eso es que hay que luchar, y este Presidente no nos quiere ayudar. Queremos un cambio”, insiste el de 13. Se niegan a dar sus nombres. Explican que son de El Paraíso y llegaron hasta Altamira en un autobús. Están preparados. El de 15 tiene un guante grueso en la mano derecha —la que usa para devolver las bombas— y un pedrusco agarrado firmemente en la izquierda. Usa además gorra, lentes y tapabocas. El de 13 lleva casco, pero no guantes. Necesita las manos libres. Se defiende con una china. Allí, todavía más cerca de la avenida Francisco de Miranda que del enfrentamiento, ya la tiene cargada. Para eso son las metras.
A ellos se les unió un tercero que dice ser de José Félix, en Petare. Dice que también tiene 13 años, aunque a duras penas supera el metro de altura. Parece de siete. Él no tiene nada que lo proteja. Ni siquiera la mezcla de bicarbonato con agua, que sirve para contrarrestar el ardor de los gases. No le hizo falta. Al rato se le ve con la cara cubierta con un trapo a guisa de capucha saliendo de entre la muchedumbre. Había conseguido un escudo de madera y corría de la avenida Del Ávila a la Sur gritando: “¡Vienen de aquel lado!”. Hablaba de los guardias. El aviso sirvió para que quienes se concentraban más arriba pudieran moverse y sortear la humareda tóxica.
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