En noviembre de 2000, cuando el recuento de votos de Florida tenía en vilo a Estados Unidos, una senadora demócrata recién electa por Nueva York dejó de lado la celebración por su victoria para abordar la posibilidad de que Al Gore terminara ganando el voto popular pero perdiendo la elección presidencial.
Hillary Clinton fue rotunda entonces: “Creo de verdad que en la democracia debemos respetar la voluntad del pueblo, y para mí eso significa que es tiempo de deshacernos del Colegio Electoral y optar por una elección popular para escoger a nuestro presidente”.
Deiciséis años después, el Colegio Electoral sigue en pie y Clinton se convirtió en la segunda candidata demócrata a la presidencia (después de Gore) en la historia moderna en ser derrotada por un republicano que obtuvo menos votos (George W. Bush, en el caso de Gore).
En su discurso de aceptación de la derrota el miércoles, Clinton no mencionó al voto popular, una omisión que pareció poner por encima su deseo de alentar a una transición del poder civilizada tras esta elección. Pero cuando su compañero de fórmula, Tim Kaine, la presentó dedicó un poco más de tiempo para destacar que los votos totales que recibió Clinton fueron más que los que obtuvo el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump.
Esta disparidad dejó un sabor amargo en los demócratas, cuyo partido ganó la elección con el voto popular de la nación por tercera ocasión consecutiva y aun así se quedó sin el control de los poderes del gobierno.
“Si de verdad estamos de acuerdo con el concepto de que ‘la mayoría decide’, ¿por qué le negamos entonces a la mayoría el candidato que ha elegido?”, dijo Jennifer M. Granholm, exgobernadora de Michigan.
El mismo Trump ha criticado el Colegio Electoral en el pasado. En la víspera de la elección de 2012, lo calificó en Twitter como “un desastre para la democracia”. Ahora, después de meses de batallar en una elección que tildó de “amañada”, se ha convertido en el beneficiario de un sistema electoral que permite a un candidato ganar la elección sin recibir el apoyo de la mayoría de los votantes.
Ninguno de los partidarios de Clinton ha ido tan lejos como para sugerir que el voto popular debería deslegitimar la victoria Trump. El margen del voto popular de la elección presidencial fue mucho más estrecho que el que separó a Bush y Gore en el 2000.
Pero los resultados sí han renovado los llamados a una reforma electoral. “En lo personal, me gustaría ver que se elimine el Colegio Electoral por completo”, dijo David Boies, quien representó a Gore en el recuento de Florida en el 2000. “Me parece que es una anomalía histórica”.
Quienes defienden al sistema sostienen que así se reducen las posibilidades de recuentos nacionales enormes en carreras muy cerradas, un escenario que Gary L. Gregg II, un experto en el Colegio Electoral en la Universidad de Louisville, dijo que sería una “pesadilla nacional”.
Una variedad de factores nutrieron la creación del Colegio Electoral, que reparte un número fijo de votos a cada estado de acuerdo al tamaño de su población. Los padres fundadores buscaban asegurarse de que los habitantes de los estados con una población pequeña no fueran ignorados. Y en una época previa a los medios masivos de comunicación, e incluso a los partidos políticos, les preocupaba que el estadounidense promedio no tuviera información suficiente sobre los candidatos para tomar una decisión inteligente, así los “electores” informados decidirían por ellos.
Algunos historiadores destacan el papel crítico que jugó la esclavitud en la formación del sistema. Los delegados del sur que asistieron a la Convención Constitucional de 1787 y James Madison estaban preocupados de que sus electores fueran superados en número por los del norte. Sin embargo, el Compromiso de los Tres Quintos permitía entonces a los estados contar a cada esclavo como tres quintos de una persona, lo suficiente para asegurar una mayoría sureña en las carreras presidenciales.
El miércoles, algunas personas en redes sociales hicieron algunas conexiones entre esa historia y lo que ellos percibían como un desequilibrio en el Colegio Electoral que favorece a los republicanos.
“El Colegio Electoral siempre inclinará la balanza a favor de los votantes rurales/conservadores/“blancos”/viejos… una concesión a los esclavistas”, tuiteó la escritora Joyce Carol Oates.
El Colegio Electoral, para sus críticos, es una reliquia que viola el principio democrático de una persona=un voto, y que distorsiona la campaña presidencial al promover que los candidatos solo se enfoquen en un número relativamente pequeño de estados.
“Me parece intolerable para la democracia”, dijo George C. Edwards III, un profesor de Ciencia Política en la Universidad de Texas A&M y autor de un libro sobre el Colegio Electoral. “No puedo pensar en razón alguna [para el Colegio Electoral] y cualquier razón que se ofrezca no soporta el escrutinio”.
Pero los llamados a cambiar el sistema —algo que requeriría de una enmienda constitucional—, parecen llegar a oídos sordos de los republicanos, quienes ahora controlan ambas cámaras del congreso.
Y aunque con la derrota de Al Gore hubo un momentum para ello, este se disipó después de que Bush y Barack Obama ganaran tanto el voto popular como el electoral en 2004, 2008 y 2012.
Algunos estados han discutido una posibilidad que quizá no requeriría de una enmienda constitucional: deshacerse del sistema de “todo para el vencedor”, en el que un solo candidato se queda con todos los votos electorales —sin considerar el voto popular— y, en cambio, contabilizarlos de modo que representen el desglose del voto popular de cada estado. Dos estados, Maine y Nebraska, ya lo hacen. Pero incluso este planteamiento podría enfrentar un desafío constitucional de sus opositores, dijo Laurence H. Tribe, profesor en la Escuela de Derecho de Harvard.
Por ahora, cualquier cambio parece seguir siendo una idea lejana.
“Estoy muy enojado con James Madison”, dijo el demócrata y exrepresentante de Massachusetts, Barney Frank. “Pero creo que no puedo hacer nada al respecto”.
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